A finales de febrero, WWF Colombia y la Fundación Omacha lideraron una expedición científica para indagar sobre el estado de estas especies en el río Guaviare, e instalar un nuevo transmisor satelital en un delfín rosado. ¿Cómo es este proceso y por qué es tan importante?
Desde el espacio, varios ojos en forma de satélite observan la Tierra, y durante los últimos cuatro años, uno de los 2.300 que hay en funcionamiento se ha ocupado de una labor fascinante: captar la señal de 34 transmisores satelitales (tags) que han sido instalados a delfines de río en Suramérica. Estos dispositivos, que a simple vista parecen un arete grande en la aleta dorsal del animal, tienen una batería que dura cerca de 240 días, y están diseñados para soltarse al año, o máximo año y medio, de haber sido puestos.
El encargado de hacer este registro es el satélite Argos de Francia, pionero en generar servicios de telemetría satelital en estudios de fauna silvestre. Cada transmisor tiene una frecuencia específica y es habilitado en una plataforma especial, de tal manera que cuando el satélite pasa, toma la señal, la almacena y envía el registro al usuario.
Algunos días es posible obtener hasta 20 registros, así como hay otros donde no hay ninguno (cuando el satélite pasa y ningún delfín sale en ese momento a la superficie a respirar). De hecho, la mayoría de los satélites funcionan mucho mejor en zonas templadas y no en las ecuatoriales, como Colombia, pues generalmente orbitan sobre su país de origen y el cubrimiento que tienen sobre la línea ecuatorial es más pobre. Los datos que el Argos arroja son cruciales para determinar el estado de salud de los delfines y, por consiguiente, de los ríos que éstos habitan.
La Expedición Guaviare 2021
Los delfines de río son considerados una especie sombrilla, pues al requerir de grandes extensiones de área para subsistir de manera natural, funcionan como un canal para la conservación de todo el ecosistema asociado. Por eso, si la especie está bien, hay garantía de que su entorno goza de buena salud. De ahí que monitorear a estos cetáceos sea clave, pues un sinnúmero de otras especies se benefician por los esfuerzos enfocados en su conservación.
Esta fue la razón principal por la que, el pasado 28 de febrero, en el río Guaviare (Amazonia colombiana), WWF Colombia y la Fundación Omacha instalaron un nuevo transmisor en una hembra. Con éste, son 16 los tags instalados en Colombia, dentro del proyecto de marcación satelital de delfines de río que se adelanta desde hace 4 años como parte de la Iniciativa de Conservación de Delfines de Río de Suramérica (SARDI, por sus siglas en inglés).
Luego, durante 11 días, 30 investigadores de diferentes universidades y organizaciones, se embarcaron en esta travesía de 410 km por el río Guaviare, denominada Expedición Guaviare 2021, para estimar la abundancia poblacional de delfines y compararla con los resultados que arrojó el monitoreo que realizaron en 2016, en este lugar de encuentro entre las sabanas de la Orinoquia y la selva Amazónica. Además, para hacer la primera caracterización biológica de esta zona.
José Saulo Usma, Especialista de agua dulce de WWF Colombia, uno de los científicos que lideraron la Expedición, explica: “Hemos regresado al río Guaviare para establecer si las poblaciones se han incrementado, reducido, o mantenido estables, algo relevante, dado que en 2018, el delfín rosado (Inia geoffrensis) entró en la categoría En peligro de extinción (EN). Si están disminuyendo, es importante establecer las causas para abordarlas, reducirlas y que las poblaciones se recuperen. En la Expedición también atendimos un llamado de la CDA y la Gobernación del Guainía para incrementar el conocimiento de la diversidad de plantas y animales del río Guaviare, tarea que desarrolló un destacado grupo de especialistas de varias organizaciones”.
La captura: de la adrenalina y la preocupación, a la satisfacción total
Ponerle un tag tipo arete a un delfín implica un riguroso operativo; requiere destreza, rapidez y amplio conocimiento. La prioridad es la vida y bienestar del animal. Y, si algo va mal, éste debe devolverse al agua cuanto antes, así el dispositivo no se pueda instalar.
Los pescadores locales son clave durante el proceso, pues son ellos quien, con la experticia necesaria para detectar los delfines en el agua, logran identificarlos y lanzar una malla en un cerco a su alrededor, mientras biólogos de la Fundación Omacha y WWF Colombia saltan al agua a sostenerla en varios puntos para evitar que se afloje y haya puntos de fuga. El cerco se va cerrando de tal manera que la profundidad sea suficiente para garantizar la seguridad del animal y para que, entre 6 u 8 personas, puedan tomarlo y sacarlo a tierra.
Allí, una lona especial y todos los instrumentos necesarios están dispuestos para recibirlo. Comienza entonces una vertiginosa serie de acciones precisas pero rápidas, porque la meta es lograr todo el procedimiento en menos de 15 minutos. Esto incluye mojar al delfin constantemente; sujetarlo con firmeza y acariciarlo para calmarlo; tapar sus ojos para evitar que se ponga más ansioso por el movimiento a su alrededor. Al tiempo se debe determinar el sexo; tomar las medidas; examinar la piel; contabilizar el ritmo de su respiración; revisar la frecuencia cardiaca; tomar muestras para estudios de ADN, presencia de mercurio y cultivos microbiológicos; inyectar anestésico en la aleta dorsal donde se pondrá el tag; aplicar desinfectante y cicatrizante; y, por último, alzarlo nuevamente para pesarlo y regresarlo al agua.
Fernando Trujillo, director científico de la Fundación Omacha, y quien lidera el procedimiento, explica “Hasta que no devolvemos el delfín al agua, la preocupación es constante. En especial cuando está en la red, por eso estamos muchas personas alrededor, pendientes de dónde está el animal para que no se enrede en la malla tratando de escapar y que pueda salir a la superficie a respirar. Luego viene el acelere de hacer el trabajo bien y pronto, para devolverlo al agua cuanto antes. Durante el procedimiento de instalación del tag y toma de muestras, para mí es una inmensa emoción el sentirlo, transmitirle tranquilidad y hacerle entender que no lo vamos a lastimar, que lo vamos a devolver sano. El momento de felicidad, de haberlo logrado, es cuando llevamos al animal de vuelta al agua. En este caso, cuando la vimos irse junto a su cría, la satisfacción fue total”.
¿Qué ha mostrado el tag?
Diez días después de haber realizado la marcación satelital, los científicos han podido observar que los movimientos de esta hembra de Inia geoffrensis están asociados a un segmento del río donde hay playas y pequeñas ensenadas, que son favorables para estar con su cría y encontrar peces, su principal alimento. También, con una laguna a la cual se desplazaron justo después de la captura, dice Fernando Trujillo “seguramente con la intención de encontrar refugio y estar tranquilos, aunque después de unos días volvieron a salir al río y se han estado moviendo, pero no distancias grandes”.
Si bien 10 días es poco, los otros delfines marcados a lo largo de estos años han dejado importantes conclusiones:
- En sitios de gran productividad de peces como el río Amazonas, los delfines se mantienen en una misma área porque no tienen que moverse tanto. Ríos de aguas menos productivas hacen que los delfines deban moverse mucho más.
- En aguas bajas, se mantienen en los cauces principales del río porque en ese momento los peces están ahí y es más fácil su captura. En aguas altas, por lo contrario, usan muchísimo más las lagunas y los tributarios para encontrar de manera más fácil su alimento.
- “Los gobiernos no pueden establecer políticas para conservar un río completo, pero si los científicos podemos señalar áreas críticas que no solo sean importantes para los delfines sino para peces, tortugas, manatíes, nutrias y caimanes, por mencionar algunos, podemos hablar de hotspots de biodiversidad acuática que necesitan protegerse” dice Trujillo.
¿Qué tanto ha cambiado la estimación de la población de delfines de 2016 a 2020?
En la Expedición Guaviare 2021 se recorrieron 410 km del río del mismo nombre, en los que se observaron 188 delfines rosados (Inia geoffrensis). Además del número de delfines, el equipo de observadores registra datos como:
- Coordenadas geográficas para mapear la presencia de los delfines.
- El clima, para saber qué tan fácil o difícil será observar los individuos, pues se podría sobre o subestimar el número observado.
- Distancia de los animales a la embarcación, a la orilla, y registro de grupos cohesionados o de animales solitarios.
- Condiciones biológicas del entorno: tipo de orillas y hábitats que permiten hacer una evaluación del uso que los delfines hacen de los ecosistemas donde viven.
- Presencia de comunidades humanas y trasmallos de pesca. Este último representa un riesgo para los delfines, pues suelen enredarse en ellos y morir (captura incidental).
La abundancia total de delfines se logra tras procesar los datos en un software especializado que analiza el número de individuos observados por kilómetro recorrido de río y el ancho de banda de los transectos o recorridos que se hacen a 100 metros de la orilla, ya sea barranco, playa, rocas, pastos flotantes o tierra firme. Así se estima qué tantos delfines aproximadamente hay en un río.
Esta metodología ya está estandarizada y es utilizada por los países que hacen parte de SARDI, lo que permite generar datos que pueden ser comparados y contar con una estimación de abundancia regional. La metodología además permite hacer largos recorridos por los ríos identificando sus amenazas, usos, poblaciones humanas, actividades económicas, y evaluar la presencia de otras especies gracias a estudios realizados por otros biólogos.
En 2016, Fundación Omacha y WWF Colombia navegaron el río Guaviare desde San José del Guaviare hasta Inírida, Guainía (1,080 km). Y hoy, casi un mes después de haber regresado de la Expedición Guaviare 2021, el diagnóstico es agridulce.
“De manera preliminar -anota Fernando Trujillo- observamos una ligera disminución en el número de encuentros con delfines. Estaban generalmente en baja actividad, por el centro del canal del río y sin acercarse mucho a la orilla, donde generalmente están los peces. También, notamos el hábitat de las orillas más escaso en términos de biodiversidad, pues no se observaron primates ni tortugas; fue poca la presencia de aves acuáticas y apenas hubo un encuentro con babillas. Se notaron más personas y asentamientos a lo largo del recorrido y gran cantidad de redes de pesca que, hasta 2016, estaban prohibidas. Por supuesto esto hay que analizarlo con cuidado y tomar nota de los resultados que aporten los científicos de los otros grupos de investigación de fauna y flora. Todos queremos que el río no sufra procesos de degradación y se mantenga sano. Por el bienestar de la naturaleza y de las personas”.